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“¡Vístete para el trabajo de tus sueños!”: Sobre Ropa y la misma fantasía laboral para todas

Esta semana me he descubierto preguntándome si habrá chicas en pequeñas poblaciones vistiéndose para caminar bajo un skyline de rascacielos. Si, como yo, al mirarse al espejo, evalúan involuntariamente sus looks sobre un fondo de paredes de cristal tintado. No es una fantasía que venga de la nada. Dos de las grandes firmas de moda mass market han enviado esta semana en su newsletter sendos editoriales de nueva colección disparados sobre gris cemento, pasos de cebra y semáforos que marcan esquinas en barrios de oficinas de lo que, un poco por entrenamiento simbólico, asumo que es Manhattan.


En una de estas campañas, una modelo rubia camina por la calle, abstraída y segura de su destino. La paleta de colores en gris y negro coordina con el granito del paisaje urbano en el que está inmerso. Protagonizando la escena, los objetos que porta en sus manos o que la acompañan: envases de café para llevar, libretas, un móvil entre sus dedos. Hay una sensación de dinamismo. Un jersey que cuelga desde el interior de un bolso. Ella no posa, parece un robado, lo que incrementa el pretendido parecido con la socialité Carolyn Bessette-Kennedy, el icono de moda de los 90 que inspira las tendencias de la temporada. Tal vez sea porque a quienes diseñan las estrategias de comunicación no se les escapa que septiembre es un mes impregnado de las posibilidades del nuevo curso, una expectativa que todavía heredamos de nuestra niñez, pero estamos recibiendo la clara invitación de vestirnos para ir a trabajar. O, más bien, de vestirnos de acuerdo a nuestra fantasía laboral.


Instagram y TikTok están plagados de copycuts de la misma broma: la mofa al concepto  el trabajo de tus sueños, en las que la respuesta sarcástica es el ya clásico “mi sueño es no tener que trabajar”. Una actitud que se relaciona con la lucidez de la gen Z, pero ya sabemos (o ya deberíamos saber) que esto de las generaciones no funciona con la lógica simplista con la que nos bombardean todo el rato. La ironía sobre el concepto del trabajo soñado, que es en definitiva otro sueño de estatus más que no está al alcance de todas, convive en el paisaje digital con los vídeos que fomentan la idea contraria: la tan arraigada mitología meritocrática mediante la cual el que más se esfuerza, y el que más performa esforzarse, alcanza sus metas vitales.


No te vistas para el trabajo que tienes, sino para el que deseas. ¿Para cuántas mujeres de distintas profesiones esto supondría vestir de traje de chaqueta para ir al cine o salir con sus amigas? Sin embargo, la cultura de lo que la ensayista Jenny Odell denomina en Reconquista tu tiempo (Ariel, 2024) productivity bros se filtra en tutoriales de organización puntillosamente específicos. La idea de volcar la vida y el armario hacia el trabajo flota en la nube, pero también sobre nuestras cabezas. 


No creo demasiado en la idea de “vístete para ti misma”, pienso que la moda tiene una indivisible función social. Sirve para decirle al mundo algo que queremos que sepa sobre nosotros. Solo las personas inmersas en el vacío social se visten para el vacío social, y entonces creo que las prendas no significan tantas cosas. Pero lo que sí admito es que la idea de vestirse para una cierta fantasía romántica ha sido ampliamente desplazada por la idea de hacerlo para una fantasía profesional. Tal vez incluso para recepcionar el visto bueno de otras mujeres a las que admiramos.


Una vez le pregunté a mis amigas qué les hacía sentir más satisfechas, si un piropo a su aspecto o a su rendimiento laboral. Reconocieron que cuando valoraban positivamente su trabajo se sentían mejor que cuando una persona les decía lo guapa que estaban. Cuando le conté esto a otra amiga en una llamada, se le ocurrió que a ella le importaba más recibir un me gusta en Stories de una mujer a la que admiraba que de la persona que le gustaba. 


Todas estas conversaciones han agitado en mí la incitación a pensar en el contexto que ha permitido que el trabajo, o la fantasía laboral que nos llega en esas fotografías de la mujer rubia con el café para llevar y el móvil, haya fagocitado la textura de los sueños de tantas mujeres con profesiones de tan diversa índole. Pienso que la idea de la mujer liberada plasma una liberación respecto a las ataduras de la familia tradicional, del modelo del ángel del hogar, pero a la vez nos ha conducido a otras aspiraciones materiales no menos carcelarias respecto a nuestro cuerpo y nuestro tiempo. Es para mí lo que ocupa el ensayo de Naomi Wolf, El mito de la belleza (Contintametienes), y lo que cristalizó mejor que nadie las cuatro protagonistas de Sexo en Nueva York durante la transición del milenio. 


Aunque las paletas que nos proponen ahora son mucho más apagadas que las que vestían Carrie y compañía, más emparentadas con la Rachel Green que trabaja en moda o incluso con la Elaine Benes de las últimas temporadas de Seinfield, hay ahí una idea de valor estético que camina de la mano de la de meritocracia. Pienso en la reflexión que compartía Dominic Cardogan, ex editor de belleza en Dazed, para 1Granary, Sin mi trabajo en moda, ¿quién soy? Porque también he experimentado en mi piel algo de este secuestro.


En un paradigma estético que vira hacia una moda más conservadora, síntoma habitual de períodos de crisis socioeconómica, ¿qué significa la muerte del athleisure a menos del look working girl, el lujo silencioso, el concepto de uniforme llevado a las revistas de moda o el resurgir del power dressing? En un momento en el que los pantalones deportivos transitan hacia la bolsa del gimnasio, todavía combinados con camisas de inspiración masculina, ¿estamos ante una nueva cacofonía de aspiraciones de estatus en tonalidades grises y marrón? La disparidad de está estética con la realidad material agudiza su poder simbólico. Ideas de discreción, de una belleza desnuda que en realidad subraya un modelo de belleza único, –el tradicional–, ideas no solo del aspecto que tenemos que tener, sino de aquello que debemos desear. Sinceramente, en un momento en que las estéticas preppy heredadas de los looks de la Ivy League en la segunda mitad del siglo XX y las variantes cool del look de oficina bullen como la espuma, no dejo de pensar en lo emocionante que va a ser la imparable consecuencia de esta nueva y vieja norma de elegancia: qué la moda alternativa, las tribus urbanas y su poder de elaborar mensajes con la ropa vuelva a significar algo. Pero claro, eso ya es para otra conversación. 



Alba Correa (she/her)


Periodista de moda y estilo de vida


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